miércoles, 22 de junio de 2016

Un legado que dejar

Dicen que la diferencia entre un soldado y un mercenario es que el soldado no cuestiona las órdenes. El soldado cree en el sistema. Es donde lo han criado, enseñándole que el sistema es perfecto. Le vacían la mente con ideas sobre valentía, honor, misericordia, fidelidad,...  Una vez que cree ciegamente, le dicen que debe ayudar a que el sistema se mantenga perfecto. Al principio, es fácil: trabaja en su oficina, luego va al bar con sus amigos y llega a casa para cenar con su gran familia feliz. Vaya a donde vaya ve representados los ideales que corrompen su mente. El problema le llega cuando va a casa de un amigo, y lo encuentra corriendo de un lado a otro recogiendo sus cosas, y le cuenta que le están buscando por evadir impuestos, cuando la empresa familiar del telar de calzado quebró hace dos años y ahora no tiene ni para comprarse dos calcetines del mismo par. O por manifestarse para que cambien una ley que va en contra de lo que piensa. Da igual la razón: tan solo importa que lo están buscando. Es entonces cuando ese soldado fiel tiene el dilema de si avisar o no a las autoridades de que su amigo piensa huir. Si les avisa, condenarán a su amigo y a el le felicitarán por haber contribuido a la causa. Si no, le condenarán a él por ayudar a un delincuente y su amigo se salvará. Pero el sistema es perfecto, ¿no? Debe mantenerse en funcionamiento y nadie debe desviarse: decide avisar a un policía que está comprando un café en el bar de la esquina. El policía entra en la casa, intenta detenerlo, forcejean, y se dispara su arma contra el pecho del amigo del soldado fiel. Ahora, tiene que vivir desde entonces con el recuerdo de haber podido salvar a una persona y no haberlo hecho. 

Por otro lado, está el mercenario: aquel que vende hasta su alma por dinero, poder o placer. No cree en nada más que en si mismo y su supervivencia. Para ello, miente a la gente haciéndoles creer una serie de valores: estupidez, cobardía ingenuidad, debilidad,... Les cambia el nombre para que sean más atractivos. Le empieza a seguir un pequeño grupo que se han tragado sus historias. Crece el grupo de seguidores, cada vez más grande. Le dan todo lo que quiera con tal de que les cuente más historias. Lo hace, porque él quiere lo que le están ofreciendo. Hasta que llega otro mercenario y le ofrece un cofre en el que hay algo mejor: aún más dinero Solo quiere a cambio ese grupo de soldados que le siguen. Desconfía, pero acepta. Cuando han hecho el cambio, el otro mercenario habla con el grupo de seguidores y les pide que maten al primer mercenario. Y lo hacen. ¿Qué es un mercenario sin soldados? 

Es por ello mismo que estoy en este congelador apartado de todo. Pertenecí al sistema. Fui un engranaje prescindible, sustituible por cualquier otro. Pero, ¡que engranaje más fiel fui! Me contaron el secreto de aquel reloj en el que vivía, di mi vida por mejorarlo. Pero no era más que otro plan para que siguiera funcionando y que los mercenarios siguieran dominando al resto de personas y la existencia misma. Todo menos este infernal lugar. O al menos eso creí hasta que me  encontraron hace una semana

Estaba buscando algún animal que comer, pero se avecinaba una tormenta de nieve. Encontré una cueva donde refugiarme, cerca de un barranco que daba hacia el mar. Dentro había un lobo blanco que también sabía lo que se acercaba. No me atacó, solo se quedó mirándome mientras me adentraba. Supongo que entre animales salvajes hay cierta conexión. Me senté a su lado, y él se tumbó. Encendí un fuego para mantenernos calientes. Se asustó cuando prendió una pequeña llama. Lo acaricié hasta que se tranquilizó y se quedó dormido. Yo al poco hice lo mismo. Estaba demasiado cansado para hacer guardia, y además ¿Quién iba a asaltarnos?

Unos sonidos de fuera me despertaron. Pensé que otro lobo habría encontrado la cueva, pero no entró nada. Cerré de nuevo los ojos cuando oí otra vez los sonidos, esta vez más claros. Salí afuera despacio. No quería asustar lo que fuera que causara los ruidos. Atrás el lobo seguía durmiendo. Fue la primera vez que consideré realmente que estaba enloqueciendo hasta que volvió a sonar más cerca. Era algo familiar, como si alguien estuviera picando hielo y le costara. Di un paso al borde del barranco. Otro más. Se oían voces humanas. Me agaché y saqué el cuchillo de la bota, pero cuando me levanté vi a dos cabezas humanas asomándose. Llevaban una capucha blanca y una máscara de tela negra. No se habían fijado que había un hombre alto con ropa similar a la suya y un cuchillo observándolos. Cuando vi que uno de ellos llevaba un arma a la espalda, fue cuando lo tuve claro: ya habían llegado. Lancé la hoja hacia el que llevaba el arma y cayó muerto. Se oyeron varios gritos desesperados cayendo al agua. Fui hacia el otro para tirarle de una patada, pero me cogió del pie y caí con él. Pude ver que era el primero de un grupo de 5 personas atados por una cuerda. Me di contra una roca en el costado. Me mantuve consciente el tiempo suficiente para ver que se estaban ahogando del peso y del frío. Cuando desperté, seguía ahí, empapado de agua a punto de morir. Arriba, en el borde del precipicio, estaba el lobo mirándome. 

No les bastó con contar que estoy muerto, porque saben que no es así y no pueden soportar que alguien no los siga. Vinieron a buscarme, devolverme a la vida y mostrar lo que pasa cuando te desvías de lo que ellos quieren. Tampoco es que se lo pusiera muy difícil para hacerlo. Siempre encontrarás a un zorro en su madriguera.

No recuerdo muy bien cómo logré tener fuerzas para subir. Algunos lo llamarían instinto de supervivencia. En mi caso, se llama último aviso para levantar el culo y resolver los asuntos pendientes antes de morir. Cuando llegué junto al lobo, me desmayé. Al despertar estaba otra vez en la cueva junto al fuego, y él tumbado a mi lado. Hoy acabo de poder levantarme de nuevo. Al salir de la cueva, he visto un barco pequeño a un kilómetro de la costa. Debe ser el que usaron los que se ahogaron para venir hasta aquí. Jippsy volvió con una pequeña manada de lobos de su especie. Han traído varias liebres, y he abierto lo que me queda de bourbon para acompañar mi última comida aquí. Pero antes de irme y terminar lo que empecé, contaré cómo han sucedido las cosas para llegar a este punto, por si alguien alguna vez encuentra esto. Escribo esto porque quiero dejar un legado en este mundo que no sea dolor. 


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