martes, 19 de julio de 2016

El comienzo de todo

He leído multitud de periódicos de noticias en todos los rincones del mundo a donde me llevaba el servicio militar: desde Estados Unidos hasta Siberia, pasando por la antigua Brasil y Somalia. Me acuerdo de lo que decían la gran mayoría, incluso conservo algunos de ellos en mi taquilla de la base en la que estaba. Me pregunto si habrán guardado todo lo que tenía ahí, o lo habrán destruido junto el resto de mi pasado.  

No lo hacía porque realmente me entusiasmara leerlo. Solo leía los artículos de noticias internacionales, y no todos. Tan solo los que escribía mi madre. Era la única y extraña forma que tuve para seguir sabiendo sobre ella hasta que murió. No es de extrañar entonces que no leyera cuando fui alumno en la academia de oficiales. Por eso, y porque los demás no paraban de hablar en el comedor de todo lo que estaba ocurriendo, intentando adivinar a dónde nos enviarían a cada uno cuando nos licenciáramos: nada más entrar apostábamos sobre la guerra en Arabia Saudí; cuando se firmó el Tratado de Maastricht, algunos apostaban a que acabarían como oficiales de seguridad en las embajadas en Europa. Pero la mayoría seguíamos mirando hacia el Este, lo cual nos pareció definitivo cuando Branko, tras ser elegido Presidente de Brasil, declaró el inicio de las negociaciones con el resto de países de América del Sur y del Norte para acabar con las guerras civiles en África. Gracias a ello conocí a bastantes de los cadetes, pero sobretodo hablaba con dos que eran de Nueva York: Tim y John, ambos de un año mas. No os voy a aburrir con detalles sobre cómo conseguí entrar, clases, o las pruebas, ni nada por el estilo. Lo único que necesitáis saber es lo que me cambió durante esos años

Cada seis meses teníamos un par de días libres. En nuestro primer año coincidieron con mi cumpleaños. Tras hablar un poco con los dos, decidimos que tras visitar a nuestras familias y amigos, iríamos a celebrarlo. Nos emborrachamos, y estuvimos con un grupo de universitarias extranjeras que estaban de viaje. No fue difícil convencerlas de que compartir unos momentos de placer en los baños. Al salir del último garito, la lluvia nos terminó de calar hasta los huesos. No veíamos a penas 10 metros delante de nosotros. Íbamos hacia el coche cuando alguien con una capucha se chocó con nosotros. Tim se acercó para ayudarle. A partir de ahí unas imágenes se confunden con otras o desaparecen: hubo un disparo y Tim cayó al suelo. Otros tres encapuchados se acercaron, uno de ellos nos apuntaba con un revólver. John, entre los gritos de uno de ellos reprochándole lo que había hecho, trató de hablar con él para que nos dejara irnos y llevar a nuestro amigo al hospital. La siguiente imagen clara que me viene es que nos disparaban mientras intentábamos parar la herida del pecho pero no dejaba de sangrar con fuerza. John se levantó y corrió hacia su coche. Una bala perdida le alcanzó en alguna parte, pero no se paró. Llegó a la puerta del copiloto y abrió la guantera. Cogió algo de dentro y me lo lanzó. Oí como iban cesando los disparos mientras el arma caía a mi lado. La cogí, me levanté y disparé contra ellos. La primera bala fue a parar a una moto; la segunda y la tercera le dieron en el hombro y brazo al que habíamos intentado ayudar. El cuarto proyectil acabó en la cabeza del hombre del revólver. Solo uno se fue corriendo.

Lo último que recuerdo de esa noche es estar solo, arrodillado, intentando reanimar el cuerpo de mi amigo. Alguien me puso una manta, y me obligó a parar. Al día siguiente, me enteré por las noticias que los que habían huido habían sido detenidos. Eran unos ladrones de poca monta que habían huido tras saquear un cajero automático. John estuvo de baja hasta dos meses después por la herida.

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