Llegué a Groenlandia cuando el avión en el que huíamos fue alcanzado por un misil del caza que nos perseguía. Mientras caíamos al medio de la nada solo podía pensar en lo estúpido que fui por no verlo. Debía haber aprendido tras todo lo pasado, pero de ella... Bajé la guardia cuando estaba rodeado de lobos. Pude salir de la cabina antes de que el agua terminara por romper los cristales y ahogarme en aquella tumba acúatica. Intenté varias veces sacar al resto: salía a la superficie a respirar y volvía a nadar cada vez más hondo. Ninguna de las puertas cedió en ningún momento. Me quedé viendo como bajaban hacia la oscuridad hasta que ya no se podía ni atisbar los destellos del metal. Sentía el frío calar mis huesos. No llevaba ropas adecuadas para esas aguas. Al salir otra vez, vi, imponente, las paredes heladas, tan altas que el borde se confundía con el cielo despejado. No me extraña que no lo llegáramos a ver desde arriba: se confundía perfectamente con el hielo que recubría la superficie metros por debajo.
Las olas me empujaban hacia aquellos muros, y me volvían a tirar hacia el interior. Nadé, nadé hasta que las fuerzas se me agotaron, y en ese momento fue cuando nadé con mayor intensidad. No me movía mi fuerza de voluntad, ni las ansias de vivir. Me movía el miedo a la muerte, a un final de historia tan desagradable como era ese. Exhausto, y casi muerto logré llegar a una pequeña cueva excavada por el oleaje y el viento en medio de la roca y el hielo. Me dejé arrastrar hasta el fondo, con la mitad del cuerpo fuera apoyado en suelo firme. Los músculos casi no me respondían. Solo podía dormir, teniendo como único consuelo que moriría sin enterarme de cómo sucedía. Pudieron ser minutos, horas o días. No lo sé. Al despertar, creí estar en el infierno. Un infierno congelado, en el que la luz del paraíso celestial me torturaba desde lo alto haciéndome recordar lo que pude haber tenido. Escalé, intentando alcanzarla. La ropa se hacía jirones, mis manos cubiertas de sangre espesa de las heridas que iba haciéndome en mi ascensión. Nada de eso me importó en absoluto. Solo quería tocar esa luz. En vez de eso, el ya insípido tacto de la nieve casi hace que me cayera al vacío del que venía. Y así estuvo a punto de ser si no fuera porque una mano me ayudó a salir de ahí. Tendido ya en el suelo solo podía ver el cielo abierto ante mis ojos, el sol bañandome el rostro.
- Creí que era el único superviviente. Me alegra saber que al menos tú estas vivo. Es lo único en lo que podía pensar todo este tiempo - dijo aquel que me sacó. Me volví y solo quise lanzarme para matarla.- Hola White
- Yo... no me... alegro... de que sigas viva - dije apenas en un débil susurro.
- Nunca eres agradable, ¿verdad? - Me llevó al interior de una especie de cueva y tapó la entrada con una lona. Había un pequeño fuego, mantas por todos lados, y una gran bolsa negra de la que sacó unos pantalones gruesos, una camiseta de manga larga y varias prendas de abrigo. Todas blancas. Me intente desvestír de lo que me quedaba de ropa, pero el dolor no me dejaba apenas moverme. Incluso con su ayuda, tardamos un rato en lograrlo. Cuando vio los cortes por todo el cuerpo, los empezó a tratar y vendar. Yo ni sentía la mitad. Me volvió a ayudar para vestirme, y cuando terminamos puso en el fuego una lata grande Cuando empezó a hervir lo que había dentro de la lata, me la dio y puso otra a calentar. Mientras comíamos, debió notar mi confusión ante todo lo que estaba ocurriendo- Hace tres días desde que nos estrellamos. O al menos desde que desperté aquí. He encontrado todo esto a un kilómetro en varias cajas de tu querido ejército. Se debió desprender uno de los balajes del avión - tras un rato en silencio volvió a hablar - Mañana tendremos que ver que hacer ahora
Cuando terminamos de comer, nos metimos debajo de varias mantas. A pesar del calor del fuego, el frío era insoportable y no pude dormir, asique me puse a recapitular todo lo que había ocurrido hasta ahora, y tan solo se me ocurrían dos palabras para describirlo: azar y suerte. Me reí cuando lo pensé.
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