viernes, 7 de octubre de 2016

Los destinos

Un par de meses después llegaron las pruebas finales. Consistían en dos partes: la primera, exámenes de conocimientos teóricos, y después diversos ejercicios que los ponían en práctica o a nosotros mismos; en la segunda, debíamos dirigir grupos y clases enteras de recién llegados en todos sus aspectos: instruirles, examinarles, aconsejarles,… Una innovación que habían introducido un par de años antes, pero que estaba dando muy buenos resultados para evaluar a los futuros oficiales.

Casi al final, solo pensábamos que inmediatamente después sería la ceremonia de la graduación, donde nos iban a dar nuestros destinos en forma de sobre. Supuestamente eran secretos, pero muchos sabían que acabarían en el Ejército sirviendo en las misiones de paz de África y Oriente Medio. Otros, sin embargo, no teníamos ni idea de a dónde iríamos. Los que estábamos más en duda éramos las 10 Águilas, los 10 mejores de la promoción.

El jefe de los instructores, un hombre llamado Harrison, se me acercó unos días antes de la graduación para hablar conmigo. Yo estaba en la piscina haciendo unas pruebas a los nuevos.

- Sykes, conmigo. Ruffo, continúa con los nuevos. Cuando termines, ve a mi despacho - dijo nada más vernos. Mike Ruffo era otra de las Águilas. Casi toda la promoción habíamos intentado ganarle en pulsos, pero todos fracasamos. La primera vez que le vi, me hizo bastante gracia: un chico de mi edad, bajito algo calvo, canoso y ancho se fue a donde estaban haciendo pulsos en el comedor un día en los que John era el imbatido. Bueno, lo fue hasta que Mike se sentó frente a él con una gran sonrisa bobalicona y lo retó.
Me acerqué a la puerta, y tras los saludos formales fuimos fuera del recinto completamente en silencio. Seguí a Harrison hasta que entramos en el edificio principal y llegamos a su despacho. Dentro, en la mesa había mapas de ciudades de Libia, Siria, Somalia, Egipto,... Rechacé el asiento que me ofreció para sentarme. Él, por el contrario, se sentó en una silla acolchada, sacó de debajo una caja de madera pequeña, y de dentro cogió un puro que ya se había encendido con anterioridad. Mirándolo con cierta tristeza y dándole vueltas entre sus largos y finos dedos, habló

- Una pena. Tuve que apagarlo corriendo cuando vino hace unas semanas un oficial de la Marina para revisar vuestros expedientes. Intenté airear la sala, pero cuando entró por la puerta, olió el tabaco y me pidió uno. ¡Maldito demonio! - Lo encendió, y estuvimos unos momentos en silencio  hasta que apagó los restos cigarro enorme. Manteniendo la mirada de tristeza, rompió el silencio. - ¿Qué sabes de lo que esta ocurriendo con La Horda?

- No mucho, capitán. Lo que se puede ver en cualquier periódico o ver en televisión: revueltas y disturbios, tiroteos en las calles de la capital, actos terroristas. Lo último que sé es que Brasil quiere envíar fuerzas de paz.

La Horda era un grupo de caudillos, dictadores y generales que se habían adueñado de gran parte de África, y habían estado impidiendo el tráfico de metales, diamantes, petróleo y otros recursos de vital importancia para el resto del planeta a base de matanzas y destrucción generalizada. Todo en un par de semanas. De ahí el nombre que le pusieron.

- Así es. Su nuevo Presidente, Branko, está adoptando una política muy agresiva tanto interna como externamente: han acabado con gran parte de la pobreza, está buscando realizar una confederación con sus países vecinos, erradicar la red de narcotráfico de medio mundo,... Fanáticamente fantásticas ideas. Pero nuestro grandioso actual  Gobierno republicano está de acuerdo con todas ellas y van a sacar beneficio - dijo con un entusiasmo que cualquiera hubiera interpretado como burla. Se sabía que Harrison tenía especial desprecio al Gobierno, y los rumores llegaban desde nada hasta que era un agente durmiente enloquecido - Han negociando con ellos un plan para acabar con La Horda a cambio de nuestro apoyo en sus proyectos de futuro. De cara al público, es bastante convincente lo que han pensado, y si sale bien, podríamos tener una potencia equiparable a nosotros de nuestro lado. Casi como si fuera nuestro hijo. Pero todo hijo tiene su prueba de madurez. - Terminó con una sonrisa maléfica.

- ¿Me llamaba, señor? - dijo John cuando entró en el despacho. Estaba lleno de barro, seguramente de hacer algún entrenamiento de los cursos extra a los que se había apuntado. Yo vestía nada más que una camiseta blanca y el bañador. Los dos ofrecíamos una vista que en cualquier otro caso en aquel despacho nos habría costado nuestra plaza en la Academia

        - Adelante, Bloom. - Respondió más tranquilo.- Íbamos a empezar ahora.

El resto deben estar al llegar - a lo largo de los siguientes minutos fueron llegando las otras 8 Águilas. También entró una mujer de mediana edad, de pelo rubio, ojos oscuros y rasgos afilados. Se pusó al lado de Harrison y nos miró a todos detenidamente. El traje oscuro realzaba el aura de poder que emanaba de cada poro de su cuerpo, y nos hacía temer por nuestras vidas como si nos fuera a bañar en salsa de carne en cualquier momento para echarnos a unos perros hambrientos. Tras un momento de silencio, habló.

- Me llamo Kiela y voy a ser lo más directa posible: no me gusta trabajar con novatos como vosotros que porque seáis lo mejor de la escoria, os creéis que ya no sois escoria.
         
         - Señora...

         - Capitana Kiela para usted

         - Si, señora. Digo capitana. ¿Qué quiere decir exactamente con que va a trabajar con nosotros?

         - Debe de ser Ruffo. ¿Me equivoco?


         - No, mi capitana - respondió con su sonrisa bobalicona

         - Bien, Ruffo. Es sencillo: todos los que estamos en esta habitación vamos a ser enviados a Somalia, el centro de operaciones de lo que los ignorantes y cobardes llaman "La Horda".  

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