viernes, 7 de octubre de 2016

Los destinos

Un par de meses después llegaron las pruebas finales. Consistían en dos partes: la primera, exámenes de conocimientos teóricos, y después diversos ejercicios que los ponían en práctica o a nosotros mismos; en la segunda, debíamos dirigir grupos y clases enteras de recién llegados en todos sus aspectos: instruirles, examinarles, aconsejarles,… Una innovación que habían introducido un par de años antes, pero que estaba dando muy buenos resultados para evaluar a los futuros oficiales.

Casi al final, solo pensábamos que inmediatamente después sería la ceremonia de la graduación, donde nos iban a dar nuestros destinos en forma de sobre. Supuestamente eran secretos, pero muchos sabían que acabarían en el Ejército sirviendo en las misiones de paz de África y Oriente Medio. Otros, sin embargo, no teníamos ni idea de a dónde iríamos. Los que estábamos más en duda éramos las 10 Águilas, los 10 mejores de la promoción.

El jefe de los instructores, un hombre llamado Harrison, se me acercó unos días antes de la graduación para hablar conmigo. Yo estaba en la piscina haciendo unas pruebas a los nuevos.

- Sykes, conmigo. Ruffo, continúa con los nuevos. Cuando termines, ve a mi despacho - dijo nada más vernos. Mike Ruffo era otra de las Águilas. Casi toda la promoción habíamos intentado ganarle en pulsos, pero todos fracasamos. La primera vez que le vi, me hizo bastante gracia: un chico de mi edad, bajito algo calvo, canoso y ancho se fue a donde estaban haciendo pulsos en el comedor un día en los que John era el imbatido. Bueno, lo fue hasta que Mike se sentó frente a él con una gran sonrisa bobalicona y lo retó.
Me acerqué a la puerta, y tras los saludos formales fuimos fuera del recinto completamente en silencio. Seguí a Harrison hasta que entramos en el edificio principal y llegamos a su despacho. Dentro, en la mesa había mapas de ciudades de Libia, Siria, Somalia, Egipto,... Rechacé el asiento que me ofreció para sentarme. Él, por el contrario, se sentó en una silla acolchada, sacó de debajo una caja de madera pequeña, y de dentro cogió un puro que ya se había encendido con anterioridad. Mirándolo con cierta tristeza y dándole vueltas entre sus largos y finos dedos, habló

- Una pena. Tuve que apagarlo corriendo cuando vino hace unas semanas un oficial de la Marina para revisar vuestros expedientes. Intenté airear la sala, pero cuando entró por la puerta, olió el tabaco y me pidió uno. ¡Maldito demonio! - Lo encendió, y estuvimos unos momentos en silencio  hasta que apagó los restos cigarro enorme. Manteniendo la mirada de tristeza, rompió el silencio. - ¿Qué sabes de lo que esta ocurriendo con La Horda?

- No mucho, capitán. Lo que se puede ver en cualquier periódico o ver en televisión: revueltas y disturbios, tiroteos en las calles de la capital, actos terroristas. Lo último que sé es que Brasil quiere envíar fuerzas de paz.

La Horda era un grupo de caudillos, dictadores y generales que se habían adueñado de gran parte de África, y habían estado impidiendo el tráfico de metales, diamantes, petróleo y otros recursos de vital importancia para el resto del planeta a base de matanzas y destrucción generalizada. Todo en un par de semanas. De ahí el nombre que le pusieron.

- Así es. Su nuevo Presidente, Branko, está adoptando una política muy agresiva tanto interna como externamente: han acabado con gran parte de la pobreza, está buscando realizar una confederación con sus países vecinos, erradicar la red de narcotráfico de medio mundo,... Fanáticamente fantásticas ideas. Pero nuestro grandioso actual  Gobierno republicano está de acuerdo con todas ellas y van a sacar beneficio - dijo con un entusiasmo que cualquiera hubiera interpretado como burla. Se sabía que Harrison tenía especial desprecio al Gobierno, y los rumores llegaban desde nada hasta que era un agente durmiente enloquecido - Han negociando con ellos un plan para acabar con La Horda a cambio de nuestro apoyo en sus proyectos de futuro. De cara al público, es bastante convincente lo que han pensado, y si sale bien, podríamos tener una potencia equiparable a nosotros de nuestro lado. Casi como si fuera nuestro hijo. Pero todo hijo tiene su prueba de madurez. - Terminó con una sonrisa maléfica.

- ¿Me llamaba, señor? - dijo John cuando entró en el despacho. Estaba lleno de barro, seguramente de hacer algún entrenamiento de los cursos extra a los que se había apuntado. Yo vestía nada más que una camiseta blanca y el bañador. Los dos ofrecíamos una vista que en cualquier otro caso en aquel despacho nos habría costado nuestra plaza en la Academia

        - Adelante, Bloom. - Respondió más tranquilo.- Íbamos a empezar ahora.

El resto deben estar al llegar - a lo largo de los siguientes minutos fueron llegando las otras 8 Águilas. También entró una mujer de mediana edad, de pelo rubio, ojos oscuros y rasgos afilados. Se pusó al lado de Harrison y nos miró a todos detenidamente. El traje oscuro realzaba el aura de poder que emanaba de cada poro de su cuerpo, y nos hacía temer por nuestras vidas como si nos fuera a bañar en salsa de carne en cualquier momento para echarnos a unos perros hambrientos. Tras un momento de silencio, habló.

- Me llamo Kiela y voy a ser lo más directa posible: no me gusta trabajar con novatos como vosotros que porque seáis lo mejor de la escoria, os creéis que ya no sois escoria.
         
         - Señora...

         - Capitana Kiela para usted

         - Si, señora. Digo capitana. ¿Qué quiere decir exactamente con que va a trabajar con nosotros?

         - Debe de ser Ruffo. ¿Me equivoco?


         - No, mi capitana - respondió con su sonrisa bobalicona

         - Bien, Ruffo. Es sencillo: todos los que estamos en esta habitación vamos a ser enviados a Somalia, el centro de operaciones de lo que los ignorantes y cobardes llaman "La Horda".  

sábado, 20 de agosto de 2016

Cinco minutos

Pude ver la desesperación en sus ojos azules. Es curioso, pero entonces supe que el miedo no te inmoviliza, ni nubla el juicio. Al contrario: te mueve más que nunca y nada hacia un objetivo muy claro. Sonó la alarma de la cuenta atrás: cinco minutos. Teníamos un escaso y preciado tiempo para salir de ahí antes de que acabasen con la pequeña molestia que éramos de un solo golpe. Pero ella no pensaba en huir. No pensaba en sobrevivir. Creo que ni siquiera aún era completamente consciente de lo que acababa de pasar. Mientras sostenía el cuerpo inerte de su hermana, no dejaba de mirarme, buscando una razón que bastase para olvidar las mil por las que quería y debía matarme.

-Puedes mirarme todo lo que quieras así, pero será mejor que sea fuera de la ciudad

-No la toques - chilló cuando fui a levantar a Hannah. No la hice caso, por supuesto. Con las manos empapadas en sangre y sudor, los pies descalzos pisando los cristales de las botellas rotas, la cogí y fui a la puerta de atrás - Déjala - volvió a gritar haciendo pausas. La alarma: cuatro minutos. En mi cabeza se repetía la escena una y otra vez. No tuve elección, ¿no?. Era ella o el fin del movimiento por el que tanto había peleado. Me asomé para asegurarme que estuviera despejado. No había nadie, lo cual me hizo desconfiar. Aun así estaba decidido a salir cuando el cuchillo negro se clavó a un centímetro de mis ojos - Ni se te ocurra llevártela

-Si quieres gritarme y maldecirme, genial. Hazlo. Merecía una muerte más digna - me volví hacia ella hasta estar a escasos centímetros nuestros rostros - Ella no querría que murieses aquí, hoy, y mucho menos a manos de Branko.

Me dio una bofetada. Y luego otra. Empezó a temblar de la fuerza con la que cogía el machete. Parecía que en cualquier momento fuera a salir por la puerta corriendo en un acto suicida. Sin embargo, simplemente acabó soltando el arma. Tres minutos. El sonido que hacía la alarma cuando sonaba me empezaba a irritar.

- No hables de ella. No hables de mi hermana nunca más. Tú no. Tú... - decía mientras me golpeaba en el pecho hasta que, finalmente, lloró - Podíamos haberla salvado. Seguro que había alguna forma de hacerlo, pero cogiste la vía rápida. La que hace que todo el mundo acabe muerto menos tú - Esta vez estuve a punto de disparar al ordenador. Dos minutos. Miró a Hannah con lagrimas aún en los ojos. Le apartó el cabello a un lado y le besó la frente. Murmuró unas palabras que no entendí muy bien. - Dámela. La llevaré yo

Le entregué el cuerpo. Abri de nuevo la puerta de atrás, seguía sin haber nadie en aquellos pasillos de la ciudad. Nada más salir, se cerró detrás mio. Intenté abrirla de nuevo pero estaba atascada. Otra vez la alarma. Un minuto. Los motores se empezaron a escuchar a lo lejos. Grité con todas mis fuerzas que saliera de ahí una y otra vez sin respuesta alguna. Vi por la ventana que estaba en el suelo abrazando el cuerpo sin vida de Hannah y llorando. Cogí un ladrillo para romper el cristal. Se oían cada vez más cerca. Fui a romperlo cuando recibí un golpe en la cabeza y caí medio inconsciente al suelo. Me empezaron a arrastrar y yo vi como los aparatos volaron por encima nuestro. Era tarde ya. Lo último que vi fue como se incendiaba aquel lugar. Hubo una explosión dentro y yo cai en la oscuridad más absoluta

miércoles, 17 de agosto de 2016

Azar y suerte

Llegué a Groenlandia cuando el avión en el que huíamos fue alcanzado por un misil del caza que nos perseguía. Mientras caíamos al medio de la nada solo podía pensar en lo estúpido que fui por no verlo. Debía haber aprendido tras todo lo pasado, pero de ella... Bajé la guardia cuando estaba rodeado de lobos. Pude salir de la cabina antes de que el agua terminara por romper los cristales y ahogarme en aquella tumba acúatica. Intenté varias veces sacar al resto: salía a la superficie a respirar y volvía a nadar cada vez más hondo. Ninguna de las puertas cedió en ningún momento. Me quedé viendo como bajaban hacia la oscuridad hasta que ya no se podía ni atisbar los destellos del metal. Sentía el frío calar mis huesos. No llevaba ropas adecuadas para esas aguas. Al salir otra vez, vi, imponente, las paredes heladas, tan altas que el borde se confundía con el cielo despejado. No me extraña que no lo llegáramos a ver desde arriba: se confundía perfectamente con el hielo que recubría la superficie metros por debajo. 

Las olas me empujaban hacia aquellos muros, y me volvían a tirar hacia el interior. Nadé, nadé hasta que las fuerzas se me agotaron, y en ese momento fue cuando nadé con mayor intensidad. No me movía mi fuerza de voluntad, ni las ansias de vivir. Me movía el miedo a la muerte, a un final de historia tan desagradable como era ese. Exhausto, y casi muerto logré llegar a una pequeña cueva excavada por el oleaje y el viento en medio de la roca y el hielo. Me dejé arrastrar hasta el fondo, con la mitad del cuerpo fuera apoyado en suelo firme. Los músculos casi no me respondían. Solo podía dormir, teniendo como único consuelo que moriría sin enterarme de cómo sucedía. Pudieron ser minutos, horas o días. No lo sé. Al despertar, creí estar en el infierno. Un infierno congelado, en el que la luz del paraíso celestial me torturaba desde lo alto haciéndome recordar lo que pude haber tenido. Escalé, intentando alcanzarla. La ropa se hacía jirones, mis manos cubiertas de sangre espesa de las heridas que iba haciéndome en mi ascensión. Nada de eso me importó en absoluto. Solo quería tocar esa luz. En vez de eso, el ya insípido tacto de la nieve casi hace que me cayera al vacío del que venía. Y así estuvo a punto de ser si no fuera porque una mano me ayudó a salir de ahí. Tendido ya en el suelo solo podía ver el cielo abierto ante mis ojos, el sol bañandome el rostro.

- Creí que era el único superviviente. Me alegra saber que al menos tú estas vivo. Es lo único en lo que podía pensar todo este tiempo - dijo aquel que me sacó. Me volví y solo quise lanzarme para matarla.- Hola White

- Yo... no me... alegro... de que sigas viva - dije apenas en un débil susurro.

- Nunca eres agradable, ¿verdad? - Me llevó al interior de una especie de cueva y tapó la entrada con una lona. Había un pequeño fuego, mantas por todos lados, y una gran bolsa negra de la que sacó unos pantalones gruesos, una camiseta de manga larga y varias prendas de abrigo. Todas blancas. Me intente desvestír de lo que me quedaba de ropa, pero el dolor no me dejaba apenas moverme. Incluso con su ayuda, tardamos un rato en lograrlo. Cuando vio los cortes por todo el cuerpo, los empezó a tratar y vendar. Yo ni sentía la mitad. Me volvió a ayudar para vestirme, y cuando terminamos puso en el fuego una lata grande Cuando empezó a hervir lo que había dentro de la lata, me la dio y puso otra a calentar. Mientras comíamos, debió notar mi confusión ante todo lo que estaba ocurriendo- Hace tres días desde que nos estrellamos. O al menos desde que desperté aquí. He encontrado todo esto a un kilómetro en varias cajas de tu querido ejército. Se debió desprender uno de los balajes del avión - tras un rato en silencio volvió a hablar - Mañana tendremos que ver que hacer ahora

Cuando terminamos de comer, nos metimos debajo de varias mantas. A pesar del calor del fuego, el frío era insoportable y no pude dormir, asique me puse a recapitular todo lo que había ocurrido hasta ahora, y tan solo se me ocurrían dos palabras para describirlo: azar y suerte. Me reí cuando lo pensé.

martes, 19 de julio de 2016

El comienzo de todo

He leído multitud de periódicos de noticias en todos los rincones del mundo a donde me llevaba el servicio militar: desde Estados Unidos hasta Siberia, pasando por la antigua Brasil y Somalia. Me acuerdo de lo que decían la gran mayoría, incluso conservo algunos de ellos en mi taquilla de la base en la que estaba. Me pregunto si habrán guardado todo lo que tenía ahí, o lo habrán destruido junto el resto de mi pasado.  

No lo hacía porque realmente me entusiasmara leerlo. Solo leía los artículos de noticias internacionales, y no todos. Tan solo los que escribía mi madre. Era la única y extraña forma que tuve para seguir sabiendo sobre ella hasta que murió. No es de extrañar entonces que no leyera cuando fui alumno en la academia de oficiales. Por eso, y porque los demás no paraban de hablar en el comedor de todo lo que estaba ocurriendo, intentando adivinar a dónde nos enviarían a cada uno cuando nos licenciáramos: nada más entrar apostábamos sobre la guerra en Arabia Saudí; cuando se firmó el Tratado de Maastricht, algunos apostaban a que acabarían como oficiales de seguridad en las embajadas en Europa. Pero la mayoría seguíamos mirando hacia el Este, lo cual nos pareció definitivo cuando Branko, tras ser elegido Presidente de Brasil, declaró el inicio de las negociaciones con el resto de países de América del Sur y del Norte para acabar con las guerras civiles en África. Gracias a ello conocí a bastantes de los cadetes, pero sobretodo hablaba con dos que eran de Nueva York: Tim y John, ambos de un año mas. No os voy a aburrir con detalles sobre cómo conseguí entrar, clases, o las pruebas, ni nada por el estilo. Lo único que necesitáis saber es lo que me cambió durante esos años

Cada seis meses teníamos un par de días libres. En nuestro primer año coincidieron con mi cumpleaños. Tras hablar un poco con los dos, decidimos que tras visitar a nuestras familias y amigos, iríamos a celebrarlo. Nos emborrachamos, y estuvimos con un grupo de universitarias extranjeras que estaban de viaje. No fue difícil convencerlas de que compartir unos momentos de placer en los baños. Al salir del último garito, la lluvia nos terminó de calar hasta los huesos. No veíamos a penas 10 metros delante de nosotros. Íbamos hacia el coche cuando alguien con una capucha se chocó con nosotros. Tim se acercó para ayudarle. A partir de ahí unas imágenes se confunden con otras o desaparecen: hubo un disparo y Tim cayó al suelo. Otros tres encapuchados se acercaron, uno de ellos nos apuntaba con un revólver. John, entre los gritos de uno de ellos reprochándole lo que había hecho, trató de hablar con él para que nos dejara irnos y llevar a nuestro amigo al hospital. La siguiente imagen clara que me viene es que nos disparaban mientras intentábamos parar la herida del pecho pero no dejaba de sangrar con fuerza. John se levantó y corrió hacia su coche. Una bala perdida le alcanzó en alguna parte, pero no se paró. Llegó a la puerta del copiloto y abrió la guantera. Cogió algo de dentro y me lo lanzó. Oí como iban cesando los disparos mientras el arma caía a mi lado. La cogí, me levanté y disparé contra ellos. La primera bala fue a parar a una moto; la segunda y la tercera le dieron en el hombro y brazo al que habíamos intentado ayudar. El cuarto proyectil acabó en la cabeza del hombre del revólver. Solo uno se fue corriendo.

Lo último que recuerdo de esa noche es estar solo, arrodillado, intentando reanimar el cuerpo de mi amigo. Alguien me puso una manta, y me obligó a parar. Al día siguiente, me enteré por las noticias que los que habían huido habían sido detenidos. Eran unos ladrones de poca monta que habían huido tras saquear un cajero automático. John estuvo de baja hasta dos meses después por la herida.

viernes, 15 de julio de 2016

Niza

Esta entrada no va a tratar sobre el libro. Solo quiero hacer un recordatorio y homenaje a las víctimas de ayer en Niza. Ha sido una gran tragedia la ocurrida, y quiero enviar mis respetos y condolencias a todas las familias de tanto los fallecidos como los heridos. No es un gran acto de ayuda o de condolencia, ya que seguramente si lo lee alguno de ellos, serán muy pocos. Pero cada uno debe hacer todo lo que pueda.

También quiero lanzaros un mensaje al resto: no os olvidéis que haya sido terrorismo o un acto de locura, esta amenaza siempre ha estado presente, y siempre lo estará. Por lo tanto, no dejéis que el miedo a que vuelva a ocurrir esto, ya sea otra vez en Francia, aquí en España, o donde sea que vayáis a estar, cambie vuestras vidas. Y si lo hace, que sea a mejor.

Un saludo y un abrazo


miércoles, 22 de junio de 2016

Un legado que dejar

Dicen que la diferencia entre un soldado y un mercenario es que el soldado no cuestiona las órdenes. El soldado cree en el sistema. Es donde lo han criado, enseñándole que el sistema es perfecto. Le vacían la mente con ideas sobre valentía, honor, misericordia, fidelidad,...  Una vez que cree ciegamente, le dicen que debe ayudar a que el sistema se mantenga perfecto. Al principio, es fácil: trabaja en su oficina, luego va al bar con sus amigos y llega a casa para cenar con su gran familia feliz. Vaya a donde vaya ve representados los ideales que corrompen su mente. El problema le llega cuando va a casa de un amigo, y lo encuentra corriendo de un lado a otro recogiendo sus cosas, y le cuenta que le están buscando por evadir impuestos, cuando la empresa familiar del telar de calzado quebró hace dos años y ahora no tiene ni para comprarse dos calcetines del mismo par. O por manifestarse para que cambien una ley que va en contra de lo que piensa. Da igual la razón: tan solo importa que lo están buscando. Es entonces cuando ese soldado fiel tiene el dilema de si avisar o no a las autoridades de que su amigo piensa huir. Si les avisa, condenarán a su amigo y a el le felicitarán por haber contribuido a la causa. Si no, le condenarán a él por ayudar a un delincuente y su amigo se salvará. Pero el sistema es perfecto, ¿no? Debe mantenerse en funcionamiento y nadie debe desviarse: decide avisar a un policía que está comprando un café en el bar de la esquina. El policía entra en la casa, intenta detenerlo, forcejean, y se dispara su arma contra el pecho del amigo del soldado fiel. Ahora, tiene que vivir desde entonces con el recuerdo de haber podido salvar a una persona y no haberlo hecho. 

Por otro lado, está el mercenario: aquel que vende hasta su alma por dinero, poder o placer. No cree en nada más que en si mismo y su supervivencia. Para ello, miente a la gente haciéndoles creer una serie de valores: estupidez, cobardía ingenuidad, debilidad,... Les cambia el nombre para que sean más atractivos. Le empieza a seguir un pequeño grupo que se han tragado sus historias. Crece el grupo de seguidores, cada vez más grande. Le dan todo lo que quiera con tal de que les cuente más historias. Lo hace, porque él quiere lo que le están ofreciendo. Hasta que llega otro mercenario y le ofrece un cofre en el que hay algo mejor: aún más dinero Solo quiere a cambio ese grupo de soldados que le siguen. Desconfía, pero acepta. Cuando han hecho el cambio, el otro mercenario habla con el grupo de seguidores y les pide que maten al primer mercenario. Y lo hacen. ¿Qué es un mercenario sin soldados? 

Es por ello mismo que estoy en este congelador apartado de todo. Pertenecí al sistema. Fui un engranaje prescindible, sustituible por cualquier otro. Pero, ¡que engranaje más fiel fui! Me contaron el secreto de aquel reloj en el que vivía, di mi vida por mejorarlo. Pero no era más que otro plan para que siguiera funcionando y que los mercenarios siguieran dominando al resto de personas y la existencia misma. Todo menos este infernal lugar. O al menos eso creí hasta que me  encontraron hace una semana

Estaba buscando algún animal que comer, pero se avecinaba una tormenta de nieve. Encontré una cueva donde refugiarme, cerca de un barranco que daba hacia el mar. Dentro había un lobo blanco que también sabía lo que se acercaba. No me atacó, solo se quedó mirándome mientras me adentraba. Supongo que entre animales salvajes hay cierta conexión. Me senté a su lado, y él se tumbó. Encendí un fuego para mantenernos calientes. Se asustó cuando prendió una pequeña llama. Lo acaricié hasta que se tranquilizó y se quedó dormido. Yo al poco hice lo mismo. Estaba demasiado cansado para hacer guardia, y además ¿Quién iba a asaltarnos?

Unos sonidos de fuera me despertaron. Pensé que otro lobo habría encontrado la cueva, pero no entró nada. Cerré de nuevo los ojos cuando oí otra vez los sonidos, esta vez más claros. Salí afuera despacio. No quería asustar lo que fuera que causara los ruidos. Atrás el lobo seguía durmiendo. Fue la primera vez que consideré realmente que estaba enloqueciendo hasta que volvió a sonar más cerca. Era algo familiar, como si alguien estuviera picando hielo y le costara. Di un paso al borde del barranco. Otro más. Se oían voces humanas. Me agaché y saqué el cuchillo de la bota, pero cuando me levanté vi a dos cabezas humanas asomándose. Llevaban una capucha blanca y una máscara de tela negra. No se habían fijado que había un hombre alto con ropa similar a la suya y un cuchillo observándolos. Cuando vi que uno de ellos llevaba un arma a la espalda, fue cuando lo tuve claro: ya habían llegado. Lancé la hoja hacia el que llevaba el arma y cayó muerto. Se oyeron varios gritos desesperados cayendo al agua. Fui hacia el otro para tirarle de una patada, pero me cogió del pie y caí con él. Pude ver que era el primero de un grupo de 5 personas atados por una cuerda. Me di contra una roca en el costado. Me mantuve consciente el tiempo suficiente para ver que se estaban ahogando del peso y del frío. Cuando desperté, seguía ahí, empapado de agua a punto de morir. Arriba, en el borde del precipicio, estaba el lobo mirándome. 

No les bastó con contar que estoy muerto, porque saben que no es así y no pueden soportar que alguien no los siga. Vinieron a buscarme, devolverme a la vida y mostrar lo que pasa cuando te desvías de lo que ellos quieren. Tampoco es que se lo pusiera muy difícil para hacerlo. Siempre encontrarás a un zorro en su madriguera.

No recuerdo muy bien cómo logré tener fuerzas para subir. Algunos lo llamarían instinto de supervivencia. En mi caso, se llama último aviso para levantar el culo y resolver los asuntos pendientes antes de morir. Cuando llegué junto al lobo, me desmayé. Al despertar estaba otra vez en la cueva junto al fuego, y él tumbado a mi lado. Hoy acabo de poder levantarme de nuevo. Al salir de la cueva, he visto un barco pequeño a un kilómetro de la costa. Debe ser el que usaron los que se ahogaron para venir hasta aquí. Jippsy volvió con una pequeña manada de lobos de su especie. Han traído varias liebres, y he abierto lo que me queda de bourbon para acompañar mi última comida aquí. Pero antes de irme y terminar lo que empecé, contaré cómo han sucedido las cosas para llegar a este punto, por si alguien alguna vez encuentra esto. Escribo esto porque quiero dejar un legado en este mundo que no sea dolor.